Las intervenciones reparadoras deben basarse todo lo posible en el conocimiento del desarrollo normal del sistema nervioso del niño y el adolescente, y del modo como se ve afectado por el maltrato. Y las medidas de acogimiento familiar no pueden ser una excepción. Las relaciones interpersonales son el agente reparador más poderoso para restituir las redes neurales dañadas por el maltrato. Las interacciones con familiares, educadores y terapeutas pueden modificar de modo persistente esas redes, devolviendo el sistema nervioso a un funcionamiento saludable y adaptado; pero de todas las relaciones, las que se producen en la familia son las más importantes porque suponen cotidianeidad y una presencia constante. De ahí que el acogimiento familiar, junto con la adopción, representen una oportunidad clave cuando la familia de origen no puede facilitar ese contexto de crianza seguro y protector.

Las relaciones familiares producen cambios epigenéticos que remodelan las redes neurales. Gracias a ellas, no sólo cambia de manera estable el funcionamiento del sistema nervioso de los niños, niñas y adolescentes, se modifican también los genes que van a transmitir a su descendencia, rompiendo de un modo profundo la transmisión generacional del maltrato. Pero, para que el acogimiento familiar pueda producir todos estos cambios no basta con “colocar” a un niño o niña en una familia. Como todas las relaciones, el acogimiento familiar puede producir mucho bien o causar daño. Por eso hay que cuidar todos los aspectos del proceso: la selección de las familias, el emparejamiento, la fase de acoplamiento e integración en la familia, el acompañamiento posterior, e incluso el cese del acogimiento, si se produce.